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miércoles, 14 de julio de 2010

Sangre eterna. Capítulo 2

Aviso importante: Este capítulo contiene lemon.

Sangre eterna.

Capítulo 2.

Cuarto creciente.

Aile estaba en su habitación. La estancia era amplia y luminosa, toda la pared derecha estaba cubierta con una estantería inmensa llena a rebosar de cientos de libros estrictamente ordenados y en el medio justo de la estantería, había una gran televisión. La pared izquierda estaba pintada de blanco, pegada a esta pared había una mesa pequeña, parecida a una mesilla de noche, pero sin llegar a serlo, al lado de la mesilla había un sofá de tela increíblemente suave de color negro, el sofá era de cinco plazas y su mitad justa estaba en paralelo con la gran televisión de la otra pared. Al lado del sofá había una puerta que daba al baño de la habitación. La pared del fondo era un gran ventanal que daba al bosque, por lo general, las cortinas del ventanal estaban echadas, pero ese día no era así, estaban abiertas. Aile estaba sentada en la esquina derecha del sofá —mirándolo de frente— con las piernas encima del respaldo. La oscura melena de la chica caía por su espalda y rozaba ligeramente el sofá. La vampiresa tenía los ojos clavados en el ventanal, observando el amanecer, mientras contaba mentalmente los segundos que tardaba en salir el Sol.

De repente, alguien petó en la puerta de la habitación de la vampiresa.

—Pasa, Nessa.—musitó Aile sin mover siquiera sus ojos del Sol.

Su hermana entró en la habitación. Vanessa cerró la puerte sin hacer ruido y se acuclilló al lado de su hermana.

—¿Estás bien, Aile?—le preguntó Vanessa.

Aile giró la cabeza y contempló a su hermana mientras pensaba su respuesta.

Vanessa tenía el pelo castaño por los hombros y los ojos verdes, tenía diecinueve años eternos al igual que todos sus hermanos. Era mucho más alta que Aile —también era la vampiresa más alta de todo el clan—, su caracter era alegre y sensato, y tenía un Don. Su Don era el de captar cualquier peculariedad en un humano, licántropo o vampiro. Tanto como si la peculariedad era un talento especial, como un Don sobrenatural, como cualquier sentimiento...

—Sí.—le respondió Aile.

—¡Ja! Cualquiera se daría cuenta de que no estás bien. Y además... ¿Aile, me estás mintiendo sobre como te sientes?

—Tienes razón.—Aile esbozó una leve sonrisa—Es solo que... Yo...

—Hermanita, puedes contármelo.

—No sé Nessa... Es que... Cada vez me siento más sola. Tú tienes a Grisam y él a tí, Bianca y Alexander también e Irynara y Alan. Y yo... Yo estoy sola. Llevo estando sola doscientos años.

—Ya Aile. Aún no has encontrado a ningún chico para tí. Tampoco tienes que obsesionarte con eso. Sobre todo cuando prácticamente todos los humanos que te miran se enamoran de tí. No veas los celos que les das a las humanas, personalmente, yo que lo noto por mi Don, lo encuentro sumamente divertido.

—Me alegro de que te lo pases bien. Ojalá mi Don fuera divertido alguna vez.

—Tu Don es el mejor de todos. ¡Y te quejas!—Vanessa sonrió divertida.

—Sí, tienes razón.—dijo la de pelo negro sonriendo a la par que su hermana.

—Bueno... Ya que no das encontrado a ningún chico, deberías ver un poco por ahí los candidatos que hay.

—¿Qué quieres decir?—le preguntó Aile frunciendo ligeramente el ceño.

—A Bianca seguro que les gustaría ir de compras. Hum... Irynara a lo mejor se quiere apuntar. El único problema son Alexander y Grisam. Esa panda de pesados seguro que quieren venir solo para fastidiar. Alan seguro que no nos querrá fastidiar como ese dúo.

—Sí, haber cuando mis hermanitos maduran. Que tienen tropecientos años y siguen igual de críos que un adolescente de trece años.

—Entonces... ¿a dónde quieres ir?—le preguntó Nessa percibiendo que su hermana ya estaba más contenta.

—Hum... ¿Al centro comercial?

—Vale, prepárate rápido.—dijo Vanessa dirigiéndose a la puerta.

—Sería extraño si no fuera así—le comentó Aile justo antes de que su hermana saliera de su habitación.

Nessa se fue cerrando tras de sí la puerta.

De un salto, Aile se levantó.

—De compras... Mmm... ¿Qué modelito me puedo poner?—murmuró para sí misma.

La vampiresa entró en el baño de su habitación, era un baño normal, con una bañera enorme ideal para bañarse mientras te tomas un descanso, el baño era más largo que ancho, y toda la pared derecha era un enorme armario de cinco metros de profundidad y puertas corredizas, era de color blanco azulado, a juego con los azulejos azules del baño. El baño era del todo inútil para Aile por ser esta una vampiresa, pero a ella le gustaba tener uno en su habitación para guardar las apariencias, a pesar de que no eran necesarias pues ningún humano se relacionaba con ellos, excepto la policía y la Guardia Civil, ya que Alan era el sheriff de Forks.

Aile corrió las puertas de su armario, y tras pensarselo dos segundos, escogió su modelito para ir de compras. Una minifalda vaquera, una camiseta sin mangas negra con un dibujo a la altura del pecho de un hada gris, una torera gris con capucha de lo más moderno y de calzado unos shiny de la marca Maripaz en color gris. La vampiresa se vistió rápidamente y dejó la ropa que llebaba puesta antes encima del vidé del baño para echarla a lavar cuando volvieran. Aile se miró en el enorme espejo del baño. Iba perfecta, la vampiresa hizo incapié en sus piernas, no tenía un solo pelo en ellas, igual que en los brazos, las manos y demás. El no tenerse que depilar era algo genial para las vampiresas. La pelinegra cogió su bolso del mismo color que su pelo y fue al garaje, donde sabía que la estaban esperando Vanessa y Bianca.

—¿Irynara no quiere venir?—preguntó la de ojos violetas viendo a sus dos hermanas.

—Alexander y Grisam se van a jugar al beisbol, así que para un día que pueden estar solos...—le respondió Bianca.

Bianca tenía la misma edad que sus dos hermanas, era de estatura normal y como cualquier vampiresa cuerpo perfecto. Tenía el pelo castaño por la mitad de la espalda y flequillo de lado, sus ojos eran de color capuchino, un castaño clarísimo tirando para beige, y tenían reflejos dorados. Bianca era una canalizadora, bueno, era la canalizadora más poderosa.

Las vampiresas se fueron en el mismo coche, un Aston Martin V12 Vanquish de color negro.

Fue una tarde divertida para ellas, y cuando volvieron para su casa, traían el maletero lleno de bolsas llenas de ropa, complementos, libros, películas y demás cosas.





Después de guardar sus cosas en su habitación, Bianca se apoyó con una mano en su armario. Antes de que pudiera reaccionar, alguien la abrazó por la cintura.

—¿Sabes que hemos pasado una tarde entera sin vernos?—le susurró de forma sexy una voz masculina que ella conocía muy bien.

Bianca rodeó las manos de él con las suyas y se reclinó contra el pecho de él.

—¿Una tarde entera?—le preguntó la vampiresa extrañada, ella creía que había sido menos tiempo.—Mira por la ventana.

La vampiresa giró la cabeza y a través de las cortinas de la vnetana, pudo ver que ya casi era de noche cerrada.

—Oh.—murmuró Bianca, sorprendida.

—Había pensado que estaría bien recuperar el tiempo perdido.

La vampiresa sonrió ante la propuesta de él.

—Es una idea fantástica, Alexander.—dijo Bianca sonriendo de forma pícara y dandose la vuelta para quedar pegada a él.

Bianca miró fijamente a Alexander. El vampiro tenía veinte años eternos, los ojos castaños y el pelo negro. Era muy alto, le sacaba dos cabezas de altura a la vampiresa, pero no lo era tanto como Grisam. Alexander se había quitado la camiseta y su torso desnudo dejaba ver su gran musculatura.

La vampiresa se pasó la lengua por los labios y acabó el gesto mordiéndose el labio inferior.

—Bien, entonces dejame hacer esto.—dijo él cogiendo a Bianca en brazos.

Velozmente, Alexander la dejó en la cama y se puso en frente de ella.

—Mmm... Eso no era necesario.—protestó ella.

—Me gusta hacerlo.—le dijo como toda respuesta Alexander encogiéndose de hombros.

—Bueno. Supongo que no está tan mal, me gusta lo que conlleva que lo hagas.

El vampiro se puso a cuatro patas encima de ella.

Bianca se irguió ligeramente y lo besó con pasión. Él correspondió a su beso. Mientras se besaban, Alexander la cogió por las muñecas y la tumbó totalmente en la cama. El vampiro la besó por todo el borde de la mandibula hasta llegar al cuello de ella.

La vampiresa dejó escapar un suave gemido mientras Alexander le succionaba apasionadamente el cuello. Con un rápido y hábil movimiento de su mano derecha, le quitó los pantalones y los tiró al suelo.

En ese mismo momento, Alexander se apartó del cuello de ella y le quitó la camiseta.

Nunca se acostumbraría a esa vista.

La vampiresa llevaba un sujetador negro de encaje que contrastaba con su piel pálida. El vampiro cerró los ojos y se sentó encima de ella. Ella se sentó también y echó la cabeza para atrás.

Él la abrazó y le quitó rápidamente el sujetador. Durante unos segundos se dedicó a deleitar su vista con los abundantes pechos de su pareja.

Bianca aprovechó que él estaba sentado para bajarle los slips todo lo que podía.

Alexander captó este gesto, y empujándola por los hombros la tiró de nuevo, tirándose él también encima de ella. Este movimiento hizo que sus pelvis se rozaran, algo que excitó a ambos. Al volverse a tumbar, Alexander aprovechó para quitarse los slips con un rápido movimiento de piernas. Luego cogió a Bianca por la cara, la pagó a él y la volvió a besar.

La vampiresa cogió las manos de él y las arrastró hacia abajo, pero sin dejar de besarlo.

No hizo falta que la vampiresa continuara el gesto, porque Alexander lo hizo por ella.

Las manos de él pasaron por su escote y al llegar a su pecho, hizo aquel gesto que se le daba tan bien.

Bianca se apartó apenas un segundo de los labios de él para dejar escapar un gemido.

Después de acariciarle los pechos de forma tan seductora como él sabían hacer, Alexander movió sus manos de nuevo hacia abajo, y al llegar a la cintura de ella, le metió las manos por dentro del short y se lo quitó. Lo mismo hizo con el tanga. Alexander le rodeó la cadera a Bianca con la mano izquierda mientras su mano derecha iba directa a la vagina de ella. Con dos dedos empezó a acariciarle el borde, y para su agrado, descubrió que la chica estaba húmeda. De forma un poco bruta, Alexander introdujo sus dos dedos en Bianca y esta volvió a gemir, solo que a partir de ese momento no paró de hacerlo.

Los dedos de Alexander entraron y salieron sin cesar durante dos minutos, hasta que paró y durante otro minuto se dedicó a acariciarle el clítoris a la vampiresa. Repentinamente, Alexander apartó sus manos de Bianca y las apoyó en la cama, listo para penetrarla. Pero ella lo cogió por los hombros y le hizo girarse, de forma que lo dejó tumbado boca arriba en la cama y ella estaba encima suya. La chica se sentó encima de él con las piernas bien abiertas y se fue deslizando hacia abajo, hasta que quedó sentada encima de los tobillos de Alexander. Entonces, la chica se inclinó hacia adelante, y apoyando las manos en la cintura de él, se metió el sexo de Alexander en la boca.

Él gimió.

Bianca le chupó toda la parte del sexo de él que tenía metida en la boca, pasándole la lengua por cada rincón. Cuando acabó, se echó hacia atrás suavemente, chupándole el sexo a Alexander al mismo tiempo que se lo quitaba de la boca. Luego se volvió a hechar hacia adelante y le lamió todas las partes del sexo erecto de él que no había llegado a lamer antes. Cuando finalmente acabó, Alexander la cogió por los hombros e hizo el mismo gesto que ella había echo antes con él.

Alexander no se tumbó, se quedó sentado encima de la pelvis de Bianca y apoyó las manos en el colchón. Se echó para adelante y diriguió sus labios al pecho derecho de la chica. Se lo besó entero y luego acabó el gesto con un suave mordisquito en el pezón. Izo lo mismo con el otro pecho de ella. Y luego, apoyó sus brazos un poco más adelante, a la altura de los hombros de la vampiresa, y echándose ligermente hacia atrás, la penetró.

Bianca gimió más fuerte. Con cada penetración Alexander iba más rápido, y utilizaba más fuerza. El placer la recorrió entera, esa sensación fue acumulándose cada vez más, hasta que cinco minutos después, todo ese placer se convirtió en un orgasmo. Pero Alexander no paró, y al tercer orgasmo de ella, lo sufrió el también.





Croy contemplaba la luna sentado en el borde de uno de los cientos de pequeños despeñaderos que había en el bosque. Aquel era su lugar favorito para pensar. A la luna no le faltaba mucho para llegar a verse completa, su cuarto creciente estaba a punto de finalizar para dejar paso a la luna llena. A la que Croy, como todos los demás licántropos, le gustaba contemplar fijamente en esa fase. Al licántropo le encantaría compartir esa vista con alguién más, pero no había encontrado aún a su media naranja.De repente, olió a alguien que se acercaba a él corriendo. Era un licántropo. O mejor dicho, una licántropa, y transformada además.

Una loba enorme de color negro azbache irrumpió en el lugar.

Croy dirigió sus ojos verdes a la recién llegada. Era Saphira, su hermana dos años mayor que él.

"¿Pasa algo, hermana?" le preguntó él telepáticamente.

La telepatía era una de las características de los licántropos, podrían hablarse mentalmente incluso a miles de quilómetros de distancia.

"Sam ha descubierto el rastro de cinco vampiros" le dijo su hermana.

"Serán los Winsher" le respondió Croy.

"No, no son ellos, hermano. Son cinco machos, y todos del tamaño de Grisam. Y no parece que vengan con buenas intenciones" le replicó Saphira.

Croy asintió con la cabeza y su hermana se marchó a la carrera, para dejarle intimidad mientras él se transformaba en lobo.

Croy se levantó y comenzó la trasformación. Buscó al lobo en su interior y cortó los hilos que lo capturaban. El lobo auyó de felicidad y libertad. El chico disfrutó con la sensación. Sufrió un espasmo y su cuerpo se inclinó hacia delante. La transformación ya no le dolía. Solo la primera era dolorosa, el resto era indoloras.

Croy sacudió su enorme cabeza lobuna y aulló de libertad. Poco después, un lobo enorme de color castaño oscuro corría por el bosque hacia la reunión con sus camaradas.






Aile estaba dando un paseo en su coche, el Aston Martin V12 Vanquish negro, cuando su móvil empezó a sonar. Aparcó el coche en una cuneta y puso las luces de emergencia, luego contestó al teléfono.

—¿Aile? Hola, soy Saphira. Mira, ¿podrías venir a curar a mi hermano?—dijo Saphira al otro lado del teléfono.

—Hola. ¿No puede hacerrlo otro? Sabes que tener que andar bebiendo sin estar de caza es algo que odio—y era cierto. A Aile le repujnaba curar heridas con su saliva porque solía reservar su sed para sus nocturnas cacerías.

—No, lo siento. Están todos los demás ocupados. Y está muy grave.

—Bueno, entonces tendré que ir.—dijo Aile con resijnación.

—Muchísimas gracias, Aile. Adiós.

—Adiós.—dicho esto la vampiresa colgó.

Aile bufó.

No le gustaba andar por ahí curando heridas a los demás, y mucho menos a desconocidos.

Y la vampiresa no conocía al hermano de Saphira.

Solo sabía que tenía su edad, ni siquiera sabía su nombre.

Pero tampoco le importaba.

Aile guardó su móvil y volvió a poner en marcha su coche, tenía algo que hacer.

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