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miércoles, 14 de julio de 2010

Sangre eterna. Capítulo 4

Sangre eterna.

Capítulo cuatro.

Corazón dividido.


Aile se apartó y se dejó caer hacia atrás. Sentada en el suelo contempló a su víctima. El enorme puma yacía tirado en el suelo con el cuello abierto, una muerte un tanto sangrienta, mas rápida e indolora al ser ejecutada por un vampiro.


La vampiresa se pasó una mano por el rostro, limpiándose las salpicaduras de sangre del animal que por suerte no habían manchado mucho su ropa, solo un par de machitas pequeñas en su chupa de cuero que saldrían con un buen lavado.


Apoyó las manos en el suelo y con un suspiro y cerrando los ojos, echó la cabeza hacia atrás. ¿En que se había convertido?


"En un monstruo" se respondió mentalmente.


Imágenes fugaces de su vida humana atravesaron su mente, imágenes de la época medieval, imágenes de su padre y su madre, imágenes de la quema de brujas...

Imágenes, y ninguna de ellas feliz.


Evocarlas le hizo recordar todo lo que había sufrido, su vida humana había sido de todo menos feliz.


Si pudiera llorar, en esos momentos lo estaría haciendo.


Ahora era un monstruo que se alimentaba de sangre, pero por lo menos era feliz. Sus nuevos "padres" la comprendían y la querían, no la odiaban...


Se inclinó sobre el cadáver del puma y observó su reflejo en el charco de sangre que había bajo el cuello del inerte animal.


Se observó con detenimiento, su pelo negro como ala de cuervo, su perfecta palidez ahora rojiza por el color de la sangre en la que se reflejaba, y sus ojos grandes de abundantes pestañas y de ese color... Ese maldito color que había sido su condena como humana. Violeta... Un color precioso, pero que había sido su desgracia como humana.


Detrás de su rostro brillaba una gran luna llena, luna roja de sangre, luna que parecía reflejar con su reflejado color todo el dolor de la inmortal...


Comenzó a escabar en el suelo con sus manos a una velocidad sobrehumana hasta cavar un hoyo de unos cinco metros de profundidad, tres metros de ancho y cuatro metros de largo. Con cuidado, cogió al puma y lo depositó dentro. Después volvió a cubrir el agujero con la tierra y lo aplanó con las manos. Era una tontería enterrar al animal, pero le parecía digno para él, por lo que siempre que iba de caza enterraba a sus victimas.

Se levantó y se miró las manos, manchadas de una sucia mezcla de sangre y tierra. Se las limpió a la hierba hasta que más o menos volvieron a tener su color normal.


De pronto, un aullido la sacó de sus pensamientos.


De un ágil salto de pantera se apartó del lugar donde estaba enterrado el puma y se envaró, escrutando la espesura.


Oyó el ruído de las zarpas sobre la húmeda vegetación y el sonido de los corazones de los licántropos.


Licántropos.


Aile frunció el ceño.


Se apartó unos cinco metros del yacimiento y esperó intranquila, pero sin demostrarlo con algún gesto, a los hombres-lobo.






Todos los licántropos echaron a corer en tropel en cuanto olieron al chupasangre.


"Es un Winsher." les dijo Paul a todos.


"¿Qué hace pululando por el bosque a estas horas?" preguntó Richard.


"Cazar" respondieron al unísono Paul y Saphira.


Croy les sigió callado. Normalmente, los rastros de vampiros solían ser prácticamente iguales y costaba diferenciarlos, cosa que normalmente se hacía por su alimentación, su sed, su sexo, su tamaño y etc. Distingirlos resultaba difícil por la razón de que normalmente no conocían bien al vampiro, y por lo tanto, no podían decir qué vampiro era, mas Croy sabía con quién se iban a encontrar. Con una vampiresa a base de sangre animal, saciada del todo, baja y delgadita. Eso no decía mucho acerca de un vampiro, pero el rastro de la vampiresa tenía un cierto olor afrutado, como a fresa salvaje, que Croy sabía reconocer.




Los licántropos entraron en el claro con un fuerte sonido provocado por sus zarpas al frenar en seco.


Aile los miró con detenimiento y rostro inescrutable. Parecía indiferente, aunque quien la conociera bien sabría que estaba tensa.


Sus ojos se clavaron en el licántropo de color castaño oscuro y ojos verdes que entró de los últimos en el claro.


Ambos cruzaron una mirada.


"¿Quién es?" preguntó Selyan.


"Aile Winsher" le respondió Saphira.


—¿Y bien?—les preguntó la vampiresa, cortante.


"¿No estará compinchada con el grupo contra los Reidhan?" preguntó Richard, desconfiado.


"No lo creo, de todas formas, por hablar con ella no se pierde nada." le respondió Paul.


"¿Pretendéis que os diga así porque sí lo que hace o deja de hacer?" les preguntó Saphira a ambos.


Hubo un mudo asentimiento por parte de los demás licántropos.


Paul se volvió hacia Saphira y le sonrió.


"Cierto" le dijo.


"Creo que deberíamos hablarle ya, no parece que la espera le esté haciendo gracia" comentó Selyan.


Richard, Paul, Saphira y Selyan se transformaron en humanos.


Aile esperaba expectante con los brazos cruzados sobre el pecho.


Richard tenía el pelo negro y los ojos castaños, era de un físico como el de Paul, alto y fuerte.

Paul tenía los ojos grises y el pelo rubio.

Saphira era alta y atlética, de ojos verdes como los de su hermano y pelo negro.

Selyan era como Saphira, solo que de ojos azules de una palidez increíble y pelo blanco como la nieve, blanco no canoso, ya que tendría a lo mucho veintidós años.


—¿Podríamos hablar un momento?—le preguntó Saphira.


Aile asintió con la cabeza.



Los licántropos le contaron a la vampiresa lo sucedido.


—¿Un ataque contra los Reidhan? ¿Qué pretenderán?—dijo Aile con aire indignado.


—Eso mismo es lo que pensábamos.—dijo Selyan.


—¿Sabes algo hacerca de quién podría ser?—le preguntó Richard con frialdad. El licántropo hacía todo lo que podía por mostrarse amable, mas le era muy difícil. No es que Aile tubiera la culpa, sino que sentía una honda repulsión y un odio inimaginable por los vampiros a causa de algo que le había pasado años atrás.


—No tengo la más mínima idea. Mañana le preguntaré a Irynara al respecto.—respondió la vampiresa con sequedad.


Paul asintió con la cabeza.


Richard iba a replicar algo, pero se cayó al ver que todos estaban conformes.


Rápida como una exhalación, Aile despareció del claro en dirección a su casa.


Croy se quedó mirando, apenado, el camino que había tomado la vampiresa.


El corazón del licántropo estaba dividido, una parte quería amar a Aile, y la otra le decía que no podía ser.


¿Cual de ellas tenía razón?


Ese era un dilema que él solo debía resolver.



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